mayo 02, 2010

"Apuntamientos para la reforma del Reino" Victorián de Villava (1797)

BOLIVIA
APUNTAMIENTOS PARA LA REFORMA DEL REINO [1]
Capítulo Último: De la América
Victorián de Villava
[1797]

[Fragmentos]
Escribiendo en la más extensa y más bella parte del universo, permítaseme dedicar en un capítulo mis reflexiones a mejorar la suerte de sus infelices habitadores. Conocernos muy poco esta gran porción del mundo, porque ocupamos una muy pequeña; porque ha poco que la ocupamos; y porque la ocupamos para disfrutarla, sin merecernos mucho cuidado. Mis conocimientos en ella son escasísimos, porque no he visto ni viajado más que el Virreinato de Buenos Aires, y en éste, sólo algunas provincias; pero con todo me atreveré a decir algo en general de todo nuestro gobierno en la América y de sus habitantes, porque me persuado que en toda ella hay poca diferencia en estos puntos; aunque la hay suma en sus climas y en sus productos. Muchas de las reformas que he apuntado para España convienen igualmente a la América, por la semejanza de costumbres y prácticas: y así sólo aquí apuntaré lo peculiar a la misma, y aun esto muy en globo sin detenerme en los pormenores.
Como la América se ha mantenido con el gobierno despótico de los Virreyes, se ha creído que así convenía para tenerla sujeta; sin reflexionar que las causas que facilitaron su conquista, subsisten para facilitar con cualquier gobierno su sujeción; pero que cuando no subsistan será el mejor gobierno no para perderla como súbdita y como amiga.
Digo como súbdita y como amiga, porque del primer modo algún día se ha de verificar, pues la América por su magnitud, por su distancia y por sus proporciones no está en un estado natural mandada por la Europa; y porque del segundo podrá haber gran diferencia entre echarnos como tiranos y echarnos como remotos, pues la misma lengua, las mismas cos¬tumbres, la misma religión podrá hacer que conservemos su comercio, tal vez más útil que su dominación.
Procuremos, mientras los americanos se mantienen nuestros vasallos, darles el mejor gobierno y las mejores leyes, por nuestra misma conveniencia. No seamos como aquellos amos ingratos y crueles que porque un criado les sirve bien le imposibilitan los medios de su independencia, temerosos de perderlo.
[…]
Claro está que como toda ley se había de hacer en el Consejo Supremo de la nación y esta ley había de comprender a la América, como provincia de España tendría ésta derecho para enviar diputados seculares y eclesiásticos a la metrópoli, lo mismo y del mismo modo que se ha prevenido para las diversas provincias de España, sin más diferencia que la de que los americanos habían de ir por más años, pues su distancia no permite mudarlos de tres en tres.
La ley hecha en el Consejo de la Nación, en el que los diputados de América habrían intervenido como los demás, se comunicaría con las mayores solemnidades al continente americano, y en caso de revocación se ha tía lo mismo; igualmente, las provisiones de empleos deberían venir con despachos del soberano pasados por el Consejo, sin que jamás una carta del ministro hiciera ley, revocara la hecha ni diera empleo ninguno; porque sobre ser esto sustancialmente preciso en todo buen gobierno, lo es más en tan distantes provincias.
Sentado un gobierno justo en las Américas, en las que los que mandan no fueran más que ejecutores de las leyes, sin poder atropellar con sus providencias arbitrarias a estos vasallos, que por lo mismo de hallarse tan separados del trono son dignos más que otros de su inmediata protección; establecida su nueva Constitución, en que tuvieran parte y destino los del país; deberían exterminarse los restos bárbaros de la antigua legislación, haciendo otro tanto con muchos establecimientos nuevos más bárbaros que los antiguos por haber sido hechos en siglo más ilustrado.
La América se halla más ilustrada de lo que podía esperarse del poco tiempo que ha que se descubrió y de los descubridores que tuvo. Los ame¬ricanos criollos, descendientes los más del andaluz y el vizcaíno (por haber sido siempre los que más han venido a este continente), en nada han degenerado de sus mayores, y aun en los talentos se ha mejorado la casta, pues en mi concepto los produce la América más vivos que Vizcaya y más penetrantes que la Andalucía; por esto no se está ya en estado de querer man¬tener este país en la ignorancia; de querer sostener sus antiguas prácticas con sofisterías, y de querer introducir otras con alucinamiento.
Desde los principios de la conquista miraron los españoles este país con ojos de codicia; pero de codicia tan bárbara y tan ignorante que por coger el fruto cortaban el árbol: no conocieron que las verdaderas riquezas de cualquier país son los hombres, y no el oro y la plata; y así para adquirir estos desgraciados metales, acabaron con la población de la América, y poco faltó que no acabaron con la de España. Los conquistadores, los que les sucedieron y sus descendientes, creyéndose de una naturaleza superior a los demás hombres por sus proezas militares con unos entes aturdidos y preocupados que no sabían resistirlas, se persuadieron que los americanos les eran destinados para bestias de carga; y así los repartieron como ganado para hacerlos trabajar en los campos y en las minas: de modo que los que no habían fenecido al filo de la espada, fenecieron al de la opresión y la fatiga, más exterminador aunque más lento.
Las voces de algunos pocos hombres benéficos, las luces de otros instruidos y la misma necesidad, movieron a nuestros soberanos a prohibir esta esclavitud de los indios; pero a pesar de las leyes subsistió el abuso por muchísimos años, y lo que es peor, subsiste en parte. Clamó el interés con su bocina de oro, que tanto aumenta sus roncos alaridos; se presentó la política con su máscara del bien del Estado que enmudece a la humanidad; y pintando al americano como un animal estúpido e indolente, más digno de desprecio que de lástima, lograron sancionar los restos de la antigua servidumbre. Aquel famoso Virrey Toledo, tan aplaudido porque redujo a método la opresión, dando una buena cara a la injusticia, fabricó con fortísimos eslabones de oro las cadenas del indio; y a pesar de la filosofía de este siglo y de sus escritos luminosos contra esta violencia, nadie se atreve a quebrarlos por lo sagrado del metal.
Extinguidas las encomiendas de indios, han quedado los que llaman pongos, y anaconas y mitayos; los primeros destinados para los servicios familiares; los segundos para ser siervos adicticios de las tierras; y los terceros para el trabajo de las minas de plata y azogues. Si toda servidumbre es inicua en sí y perjudicial en sus efectos, la última de estas tres es en la América la más inhumana y destructora; porque se transportan los indios de doscientas leguas con toda su familia, arrancándolos de sus países y sus hogares; caminan sin pagarles, se llevan a un clima duro como es todo mineral; se dedican a un trabajo penosísimo, nocturno y malsano; comen y visten mal; son castigados con crueldad por los mineros, gente insaciable y dura; y acaban los más su vida, o quedan enfermizos toda ella. Destié¬rrese, pues, de una vez la esclavitud de los indios bajo cualquier nombre que renga: y nadie pueda servirse de ellos, sino por su voluntad y bien pagados, como los criados y jornaleros de España.
Conocida la despoblación de la América y resistiéndose la de la Europa, se pensé en restablecerla o suplirla con la de África: se cruzó el océano para transportar de una playa a otra víctimas de la codicia europea, que no contenta con haber hecho sentir sus tristes efectos ya en las tres partes del mundo, fue a plantificar el tráfico vergonzoso de hombres y mujeres a la cuarta. La mudanza de clima, el duro trabajo y la desesperación, acaban con la mayor parte de los negros que se traen a la América, y la que queda no sirve sino para producir una casta envilecida, mezcla de negros y blancos que aborrecen tanto al europeo como al americano, que corrompen las costumbres, que sirven mal, y que algún día vengarán el desprecio con que ahora los miramos.
El espíritu del cristianismo, que reduce los hombres y las cosas a una especie de igualdad y confraternidad, extinguió en la Europa la esclavitud de los griegos y romanos, y no obstante, los mismos cristianos la han vuelto a plantificar en la América a pesar de las máximas del Evangelio. Se han reputado algunos trabajos tan penosos que sólo los esclavos se han creído a propósito para ejecutarlos, sin considerar que el hombre bien pagado emprende las mayores dificultades. La codicia y la mala política hacen a los hombres perezosos; y la codicia y la mala política que los ven perezosos no saben discurrir otros medios que la fuerza y la esclavitud. Si los hombres opulentos que levantan el grito para defender la esclavitud de los negros, temieran que algún día podía tocarles a ellos el servir a los negros, o si se les dijera que se había de sortear entre ellos y los negros para ver a quien tocaba la suerte de la esclavitud, no querrían exponerse a esta contingencia. Los gritos pues de los ricos son voces del lujo y de la corrupción, enemigas de la felicidad pública. Queréis saber (dice Montesquieu hablando de este asunto) si los deseos de cada uno son legítimos, examinad los deseos de todos.
Cuando despoblamos a la España sacando de ella gente que podría ser útil en la agricultura y las artes, y la traernos a la América para que infaliblemente sea haragana y bribona, hacernos dos males; y esto es lo que ejecutó el ministro Gálvez estableciendo la renta del tabaco. Cuando los mejores empleados en rentas reales, como contra una turba de entes venales y corrompidos, que sin impedir el contrabando embarazan el comercio y sacrifican la nación, entonces mismo, en esta feliz época fue cuando el ministro manifestó su ilustración y su política plantando en la América lo que debía arrancarse en la Europa.
Supongámos a favor de este proyecto toda la extensión que quiera dársele en utilidad de la Real Hacienda, y a pesar de ella será preciso convenir que las malas consecuencias políticas de él sobrepujan en mucho a las ventajas del Erario. No son cuatro o seis millones de pesos los que constituyen la felicidad de la monarquía, sino el fomento de la industria y las buenas costumbres, y estos dos fundamentos de la felicidad pública han sufrido el mayor quebranto en el establecimiento de aduanistas, administradores y guardas en este continente.
Una buena política exige que la metrópoli procure gobernar las colonias con los menores sacrificios de la misma en la población; si hasta aquí la España había sacado de las Indias inmensas riquezas de sus minas y su comercio, enviando menos empleados, no creo- que dicte una economía racional en enviar generaciones que se pierdan en estos vastos dominios y pudieran ser útiles en su patria. Tampoco conviene que estas generaciones que se destinan a la América, sean de la gente más perdida de la nación; porque sobre corromper las costumbres, algún día se unirán con los ameri¬canos para expeler a los suyos; y que sean de la gente más perdida no puede dejar de suceder, porque todo el mundo sabe que en la misma penín¬sula apenas se halla hombre de honor y probidad que quiera servir estos empleos, cuyas utilidades son ningunas para el hombre de bien que cumple con Su oficio; y no es regular que si no se hallan para servirlos en su patria, se hallen para venir a surcar mares y atravesar desiertos, no siendo de las heces de la nación.
[…]
VICTORIÁN DE VILLAVA
[1] Victorián de Villava y Aibar (¿-1802). Jurisconsulto español. Fue rector de la Universidad de Huesca y ocupó los cargos de corregidor de Tarazona y fiscal de la Audiencia de Charcas. Tuvo una destacada actuación en América en la lucha a favor de los indios y está considerado el precursor de las ideas emancipadoras. Influyó significativamente sobre Mariano Moreno y otros patriotas revolucionarios con su famoso “Discurso sobre la mita de Potosí” (1793), por el que enjuició el régimen de servidumbre indígena. Asimismo, fue traductor de la obra del economista y catedrático napolitano, Antonio Genovesi: “Lecciones de comercio o bien de economía civil” (1797), y en el mismo año escribió su obra póstuma “Apuntamientos...”, publicada recién en 1822, por la que propuso el establecimiento de una monarquía moderada y la modernización del Estado. En el último capitulo, dedicado a América, defiende la tesis de la igualdad entre españoles europeos y americanos.

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